En un contexto global en constante cambio, la elección del próximo gobierno en Chile se perfila como un evento crucial para determinar la política de América Latina en relación con el nuevo orden mundial. La capacidad de Chile de decidir si se aferra a un modelo de imperialismo decadente, encabezado por Estados Unidos, o si se suma a una ola democratizadora que propicia relaciones más equitativas entre el norte y el sur, será decisiva no solo para su futuro, sino para la integridad de toda la región. La defensa de la soberanía, la diversidad cultural y el respeto por los derechos humanos deben ser ejes centrales en esta elección crítica.

Desde la proclamación de la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos ha considerado América Latina como su «patio trasero», injustamente legitimando intervenciones militares y el control económico sobre los recursos naturales de la región. A medida que el Sur Global emerge con mayor fuerza y desplaza el centro de poder hacia Oriente, la necesidad del imperialismo estadounidense de reafirmar su influencia se convierte en algo alarmante. Esta situación planteará importantes interrogantes sobre la capacidad de los pueblos latinoamericanos para resistir la presión de un imperialismo que se aferra a su declive y busca afianzar su dominio a través de métodos de coerción.

Recientemente, acciones como el despliegue de barcos de guerra estadounidenses en las costas de Venezuela y la súbita imposición de aranceles a países como México, Colombia y Brasil evidencian la urgencia de Washington por mantener su hegemonía en la región. Estos movimientos son claras manifestaciones de un retroceso hacia una versión primitiva de la Doctrina Monroe, donde la intervención militar se presenta como una vía para decidir el futuro político y económico de las naciones latinoamericanas. La retórica de igualdad y libre comercio se desvanece, dejando al descubierto un imperialismo que recurre a la fuerza cuando ve amenazados sus intereses.

La preocupación por el crecimiento de la ultraderecha en América Latina, que evoca las sombras del fascismo histórico con figuras como Mussolini y Pinochet, también forma parte de este panorama complejo. La conexión entre los movimientos de extrema derecha y las oligarquías financieras que se benefician de una institucionalidad obsoleta pone en evidencia un circuito de poder que busca perpetuarse a través del miedo y la represión. Sin embargo, la desilusión con estas fuerzas ha mostrado los límites de su influencia; la reciente derrota de Milei en Argentina y la resiliencia del pueblo cubano ante el bloqueo estadounidense son ejemplos de resistencia genuina ante un imperialismo que se niega a morir.

La elección en Chile, por tanto, no solo es un reflejo de la política interna del país, sino que se erige como un símbolo de resistencia y esperanza para toda la región. Integrarse a un orden global que respete la diversidad biológica y cultural y que apoye la democracia y la soberanía de los pueblos debería ser la meta de los futuros líderes chilenos. La construcción de un nuevo paradigma de relaciones internacionales, que ya comienza a gestarse en el sur del continente, requiere de un compromiso decidido para desafiar las narrativas del dominio imperial y construir un futuro más justo y equitativo para todas las naciones.