En tiempos de creciente autoritarismo y fascismo, las voces que defienden los derechos civiles y humanos deben ser más audaces y explícitas que nunca. Las acciones de líderes como Donald Trump y Benjamin Netanyahu han desatado un verdadero tsunami de represión que no solo amenaza a sus naciones, sino que repercute en comunidades alrededor del mundo. La reciente declaración del Presidente Gabriel Boric en Naciones Unidas, donde exige accountability por parte de Netanyahu, es el claro ejemplo de cómo las figuras progresistas deben adoptar una postura firme y decidida contra las injusticias. En este contexto, es fundamental que los candidatos y candidatas se pronuncien abiertamente sobre las políticas que promueven la opresión y el genocidio.

La falta de condena hacia las políticas de Trump, que buscan desestabilizar el tejido social y político de los Estados Unidos y más allá, puede ser vista como complicidad. Su retórica divisiva y sus acciones represivas han fomentado un ambiente de odio y violencia. Mientras tanto, las atrocidades que la población palestina enfrenta a manos del Estado de Israel son un testimonio más de la gravedad de la situación. Este panorama exige que las candidaturas progresistas tomen un papel activo en la lucha antifascista, no solo sin miedo a represalias, sino como un deber moral hacia la humanidad. La lucha por los derechos humanos es una lucha que no se puede posponer ni silenciar.

Los medios de comunicación juegan también un papel crucial en la forma en que percibimos y denunciamos estas violaciones de derechos humanos. Si bien algunos sectores siguen culpando a las víctimas y justificando las atrocidades a través de narrativas distorsionadas, es el deber de la prensa responsable arrojar luz sobre estos temas y dar voz a quienes no la tienen. La complicidad de ciertas plataformas mediáticas en la difusión de cómo Estados como el de Trump y Netanyahu operan en el campo internacional no solo es preocupante, sino que también pone de relieve la necesidad de una prensa libre e independiente dispuesta a desafiar el status quo.

El contexto global exige una respuesta unificada y contundente de los que se identifican con las ideas democráticas y transformadoras. Ahora es el momento de alzar la voz, de construir coaliciones que trasciendan fronteras y que se opongan sin titubeos al fascismo en cualquiera de sus manifestaciones. Los movimientos sociales y culturales, junto a los jóvenes y estudiantes, deben ser los líderes de esta movilización. Su energía y determinación son esenciales para enmarcar estas luchas en un discurso que no solo sea retórico, sino que haga eco en las calles y en los podios políticos.

Frente a un panorama internacional tan sombrío, resulta alarmante e inaceptable cualquier tipo de justificación o minimización de los crímenes de Estado que se llevan a cabo. La lucha contra el fascismo y el genocidio no solo es pertinente, sino que es imperativa. Las instituciones que deben proteger los derechos humanos y la dignidad humana no pueden permitir la indiferencia. Es esencial que todos quienes ocupan cargos de poder se conviertan en voces críticas y defensores de un cambio, enfrentando las políticas represivas y denunciando la opresión donde sea que surja. La historia nos lo reclama; es hora de actuar.