
Desde la década de 1990, Chile ha vivido bajo un pacto transicional que ha mantenido a las mismas élites en el poder, las cuales hoy proponen cambios que muchos consideran más bien cosméticos. En lugar de abordar transformaciones estructurales que impulsen un desarrollo sostenible en el país, se defiende un modelo que ha perpetuado la desigualdad y el neoliberalismo. Tal como lo señala Juan Andrés Lagos, miembro de la Comisión Política del Partido Comunista, estos cambios superficiales ignoran las profundas problemáticas que afectan a la población chilena, incluyendo salud, salarios, pensiones y vivienda, elementos fundamentales para asegurar una calidad de vida digna. La insistencia en defender el legado de los «30 años» de democracia y crecimiento económico es vista como un intento de mantener el status quo en un momento en que los llamados a un verdadero cambio son más urgentes que nunca.
Un fenómeno alarmante en el panorama político chileno es el crecimiento del apoyo hacia diversas expresiones de la derecha. Este auge no es novedoso y es crucial no ignorar sus causas. A través del control de los medios y del sistema político, la derecha ha logrado capitalizar el descontento ciudadano, desviándolo hacia sus intereses. Problemas como la inseguridad, el crimen organizado y las carencias socioeconómicas son presentados de manera espectacular para fortalecer su narrativa. En lugar de utilizar este descontento como catalizador de cambio, la derecha lo transforma en una herramienta de poder que busca revertir los avances sociales y perpetuar el modelo neoliberal.
Las movilizaciones sociales que fueron esenciales para impulsar cambios significativos en el país han perdido fuerza en los últimos años. Movimientos como el estallido social de 2019 y las protestas estudiantiles de 2011 fueron determinantes para abrir espacios de diálogo y reforma. Sin embargo, la dinámica actual parece favorecer a quienes buscan una refundación del neoliberalismo, con el objetivo de consolidar aún más los intereses del sistema financiero y de las grandes corporaciones a costa de la mayoría. Esto augura un incremento en la desigualdad y en situaciones de abuso, ya que las medidas que se implementen tenderán a beneficiar a las élites en detrimento del bienestar colectivo.
Dentro del campo del progresismo, las contradicciones se hacen evidentes, especialmente durante las primarias de distintos sectores. Los partidos que fueron parte del pacto transicional parecen reacios a discutir verdaderos cambios estructurales, optando en cambio por reformas que no abordan las raíces de los problemas que enfrenta la población chilena. Las descalificaciones contra quienes exigen transformaciones profundas son una constante, reflejando un miedo a los cambios que se consideran esenciales para generar un país más equitativo y habitable.
La candidatura de Jannette Jara, apoyada por el Partido Comunista, la Izquierda Cristiana y Acción Humanista, empieza a destacar en el panorama político como una alternativa real. Su enfoque en las necesidades de la ciudadanía y su capacidad de gestión han capturado la atención de un electorado que, a pesar de no estar claramente alineado con la militancia política, busca soluciones tangibles a problemas urgentes. La creciente retórica negativa en su contra, que incluye descalificaciones sin fundamento, refleja el temor de la derecha ante la posibilidad de un cambio significativo. A medida que se acercan las elecciones, es crucial para esta candidatura consolidar su mensaje y conectar con todos los sectores de la sociedad que anhelan un futuro más justo.