El 2 de noviembre de 1917 marcó un punto crucial en la historia de Palestina, con la firma de la famosa Declaración Balfour, que tantos celebran como un hito diplomático, pero que para los palestinos simboliza la pérdida de su soberanía. Este acontecimiento no solo constó de un intercambio verbal superficial, sino que representó el inicio de un proceso colonial que despojó a un pueblo de su tierra y su derecho a la autodeterminación. La declaración, aclamada por algunos como un intento de proporcionar un refugio a un pueblo perseguido, revela su verdadero propósito: facilitar un proyecto de colonización que se insertaba dentro de la lógica del capital global, en busca de una explotación de recursos y control territorial que trasciende lo religioso y lo territorial.

El papel de Arthur Balfour, como ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, no fue únicamente el de promulgar una declaración, sino el de garantizar la estabilidad del Imperio británico en una región estratégica. La creación de un «hogar nacional judío» no solo solicitaba el apoyo a un grupo que buscaba establecerse, sino que también aseguraba el control sobre el Canal de Suez y las rutas de acceso hacia la India, cruciales para el interés británico en el petróleo. La declaración no se limitaba a la protección de la comunidad judía, sino que servía a los intereses geopolíticos del imperio, apuntando a garantizar el flujo de capital fósil en una región rica en recursos.

El legado de la Declaración Balfour se manifiesta en las políticas de expropiación que han integrado el proyecto colonial sionista. Desde el principio, la intención fue expoliar no solo la tierra de los palestinos, sino también sus medios de producción, marginando a la población nativa y convirtiéndola en una mano de obra subordinada. La frase que prometía no perjudicar los derechos civiles de la población autóctona se convierte en un ejemplo paradigmático de la hipocresía imperial; la creación de un estado para un grupo de extranjeros implicaba, por su propia naturaleza, la desposesión sistemática de quienes ya habitaban esa tierra.

A medida que avanzan los años, el contexto de la ocupación y la violencia ejercida por los colonos se intensifica, afectando gravemente a la vida de los palestinos. El genocidio en Gaza y la continua desposesión en Cisjordania evidencian que la agenda imperialista no solo se mantiene, sino que se exacerba. La lucha palestina se presenta claramente como una lucha anticolonial y de clase, buscando no solo recuperar la tierra, sino también restablecer los derechos laborales y sociales que han sido sistemáticamente vulnerados por un sistema económico que favorece al capital colonial en detrimento de la comunidad local.

En la actualidad, la resistencia palestina aboga por una transformación radical de la estructura económica y social impuesta, exigiendo el desmantelamiento de un sistema que perpetúa la desigualdad. La perspectiva de una Palestina liberada no radica únicamente en el retorno a la tierra, sino en la búsqueda de una sociedad democrática e inclusiva, donde los derechos de todos, independientemente de su origen, sean garantizados. Para superar los efectos de la Declaración Balfour, es imperativo construir un modelo que priorice las necesidades humanas por encima de la acumulación capitalista, fomentando una convivencia en base a la igualdad, el respeto y la justicia social.