
En el contexto actual, es cada vez más necesario explorar teorías alternativas al crecimiento económico, que tradicionalmente ha sido visto como la única vía para combatir la pobreza y la desigualdad. La teoría del decrecimiento y el crecimiento selectivo son dos enfoques que priorizan el bienestar por encima del mero consumo material. El arquitecto y sociólogo Daniel Jadue señala que este cambio de paradigma no debe confundirse con el empobrecimiento, sino que implica una reorientación de nuestra economía hacia un modelo más sostenible y justo. Fomentar un bienestar auténtico requiere revisar nuestros valores y prácticas económicas para trascender la lógica del crecimiento infinito que ha dominado en las últimas décadas.
La obsolescencia programada, práctica común en la economía neoliberal, representa un claro reflejo de cómo el capitalismo busca un crecimiento constante a expensas de la durabilidad de los productos. Este modelo, históricamente arraigado desde los inicios del capitalismo global, ha llevado a que muchos productos sean diseñados con una vida útil limitada. La emblemática bombilla Centennial Light, instalada en Livermore desde 1901, nos recuerda que la durabilidad era posible, pero la tendencia a crear artículos desechables ha prevalecido, alimentando un ciclo de consumo que no solo agota nuestros recursos, sino que también contribuye a una crisis ambiental sin precedentes.
Además de generar desechos y un uso insostenible de recursos naturales, la obsolescencia programada crea una economía de consumo que atrapa a los ciudadanos en un ciclo de gasto en cosas innecesarias. Este fenómeno se ve impulsado por la publicidad y una cultura orientada al consumismo, donde los individuos adquieren productos con dinero que en muchas ocasiones no tienen. Como resultado, las grandes corporaciones se benefician de maneras que aumentan significativamente la desigualdad socioeconómica, ya que los consumidores se ven obligados a reemplazar productos que podrían haber utilizado durante más tiempo, desviando así recursos que podrían ser destinados a necesidades más fundamentales.
Ante este contexto, surge la urgencia de analizar nuestros patrones de consumo y proponer un cambio hacia un modelo que valore la sostenibilidad y la satisfacción de las necesidades colectivas. La teoría del decrecimiento invita a priorizar la producción local y a fomentar un consumo responsable, que enfatice la calidad y la durabilidad de los productos. Reducir el tiempo de trabajo también es parte de esta propuesta, permitiendo a las personas disfrutar de más tiempo libre y a la vez promoviendo una vida más plena y satisfactoria. El filósofo japonés Kohei Saito, en su obra, sugiere la combinación de principios comunistas y de decrecimiento como respuesta a la crisis ecológica y social en la que nos encontramos.
La necesidad de elevar la conciencia social para transformar el actual sistema es crucial. Se requiere una reestructuración profunda de las instituciones y relaciones sociales, que favorezca la equidad y justicia social, asegurando una redistribución más justa de la riqueza. Promover la autonomía de las comunidades y la desmercantilización de la vida son pasos esenciales hacia un futuro más sostenible. Este camino implica cuestionar y desestabilizar las estructuras de poder existentes, así como fomentar nuevas formas de organización social que garanticen un acceso equitativo a los recursos y oportunidades que nuestras sociedades producen.
