
La elección de noviembre se perfila como un punto crucial en la historia política de Chile, donde la lucha trasciende lo electoral para convertirse en una defensa fundamental de la democracia frente al resurgimiento del fascismo. Las fuerzas democráticas, que durante más de tres décadas han resistido las embestidas de la dictadura, ahora deben unirse para contrarrestar las amenazas que representan figuras de la derecha como Matthei y Kaiser, quienes, con un discurso vacío de contenido real, intentan distorsionar la percepción pública y ocultar sus verdaderas intenciones. Esta contienda no se trata de una simple competencia electoral, sino un combate por el futuro del país y el respeto a los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
En el contexto de la primaria oficialista, se evidencia un fuerte contraste con los postulados de la derecha, que evaden las demandas sociales y los compromisos históricos con la memoria y justicia. Las fuerzas que se reúnen están compuestas por aquellos que han luchado por los derechos humanos, por un país que respete la diversidad y valore el bienestar de sus ciudadanos. La lucha reivindicativa de jóvenes, mujeres, trabajadores, y pueblos originarios ha sido un motor esencial que ha marcado la agenda política, y que se enfrenta ahora a la demagogia de la derecha que procura reinstaurar un modelo que prioriza los intereses económicos y el beneficio privado sobre el bien común.
La elección también pone de manifiesto las desigualdades estructurales que caracterizan a la sociedad chilena. A medida que las protestas por justicia social cobran fuerza, queda claro que las promesas vacías de la derecha no ofrecen soluciones reales. En contraste, los debates en la primaria oficialista vislumbran un horizonte progresista que busca no solo abordar el descontento social, sino también implementar reformas que acaben con la injusticia y busquen una nueva constitución que refleje los intereses de todos los sectores de la población. El desafío es monumental, pues se trata de desmontar un sistema que ha consolidado la desigualdad y que, bajo un nuevo manto de autoritarismo, amenaza con expandir aún más sus tentáculos.
La primavera de la política en Chile se presenta, por tanto, como una oportunidad para reconstituir el vínculo entre la ciudadanía y sus representantes. Las elecciones del 29 de junio no son una mera formalidad; son el escenario donde se juega el destino democrático del país. Las fuerzas progresistas deben capitalizar la indignación de la población y conectar con sus demandas más urgentes, reconstruyendo el tejido político y social desgastado por años de neoliberalismo y autoritarismo. En este proceso, es fundamental pensar en un futuro que no repita los errores del pasado, sino que abrace una visión inclusiva y respetuosa del medioambiente y la vida en comunidad.
Por último, sólo un enfoque de esta magnitud puede garantizar que el resultado de la elección de noviembre no simplemente reemplace una administración por otra, sino que propicie un cambio estructural que desafíe las lógicas depredadoras del sistema actual. La voz del pueblo, a través de su participación activa y crítica, deberá marcar el camino hacia la construcción de una democracia real, en la que cada ciudadano tenga la posibilidad de definir su destino sin la sombra de un fascismo que, como un parásito, busca alimentarse de las debilidades de un sistema en crisis. La batalla a realizar es, sin lugar a dudas, por un futuro donde el respeto, la justicia y la igualdad prevalezcan sobre el temor y la división.