
Un análisis publicado este jueves reúne a voces como Jaime Bravo y Jorge Coulon para revisar la idea de hegemonía en la era contemporánea. Sostienen que, con su sonrisa constante y su parsimonia, Obama habría ejercido una cantidad de intervenciones bélicas sin precedentes, entendiendo la fuerza como el recurso dominante y contando con un marco de obsesiones globalistas asociadas a los Clinton. Aunque ambos partidos siguen conservando prestigio, señalan que la dirección de EEUU ha contribuido a la destrucción de instituciones en las que se apoya la dominación internacional, desde el Banco Mundial y el FMI hasta estructuras regionales que adoptaron el Consenso de Washington y su impacto en América Latina, mientras la Unión Europea, la ONU y organismos como la OMS y UNESCO son escenarios de presión y negociación. En esa lectura, incluso el papel de Trump aparece descrito desde la “otra vereda” como una dinámica que explica esa erosión institucional.
Gramsci no solo definía la hegemonía como poder sino como la capacidad de articular intereses y promediar ‘sentidos comunes’ que otros aceptan. Gerard de Bernis, citado en el texto, sostiene que la hegemonía exige que quienes podrían disentir obtengan menos que quienes se someten al orden establecido si se oponen abiertamente. De este modo, la posición hegemónica se distingue de la mera cualidad de liderazgo y se sostiene mediante una mezcla de disuasión y persuasión, más que por atributos personales.
La discusión prosigue al señalar que la diferencia entre hegemonía y hegemón no es meramente teórica sino práctica: la primera implica una relación entre dominantes y dominados que busca consensos, mientras la segunda apela a la fuerza y a la imposición como forma de relación. En este marco, se recalca que las acciones de Obama, y de la coalición a su lado, habrían cambiado la manera en que EEUU se relaciona con aliados y rivales, manteniendo el foco en la fuerza más allá de los viejos pilares de la cooperación internacional.
El texto advierte que la presencia de los dos grandes partidos señala que el uso de la fuerza—política, militar o económica—se vuelve cada vez más brutal y aleja el concepto de hegemonía del comportamiento de la llamada anglosfera. Se critica la lógica de compras y anexiones forzosas, ocupaciones y provocaciones transmitidas por televisión que, según la visión presentada, distancian a la ciudadanía del sentir de las élites. Así, convencer y persuadir parecen herramientas ya obsoletas frente a la tentación de arrebatar lo que se quiere en un marco global.
Para cerrar, el análisis sostiene que no es necesario recurrir a Gramsci para describir este fenómeno: basta reconocer un imperialismo creciente que desborda los canales de participación ciudadana y la autoridad de las instituciones. En esa lectura, no sería la hegemonía lo que rige sino un modelo imperial, que altera el peso de las instituciones y la gobernanza global, y que exige una reflexión seria sobre la dirección de la influencia estadounidense en el mundo.