
Las redadas de inmigración llevadas a cabo durante la era Trump han dejado una profunda huella en el distrito de Ironbound en Newark, donde la comunidad latina solía disfrutar de un vibrante comercio local. Rosa Ludena, propietaria de una tienda de electrónica, observa con creciente preocupación cómo los clientes han dejado de visitar su local. A lo largo de 25 años, ha construido su negocio en torno a la confianza y la relación cercana con sus compradores, pero el temor a las redadas ha transformado las calles en desiertos comerciales. Como ella misma comenta, «la gente tiene miedo de salir», un sentimiento que refleja la nueva realidad vivida por muchos en esta comunidad, que antes era un bullicioso centro de actividad.
Las consecuencias de las redadas no solo afectan a los propietarios de negocios como Ludena, sino que también impactan la economía local en su conjunto. Un reciente informe de Reuters destaca la alarmante disminución en el tráfico peatonal, con familias que anteriormente disfrutaban de un día de compras ahora prefiriendo quedarse en casa y realizar pedidos en línea. Las pequeñas empresas, que ya operaban con márgenes ajustados, se encuentran atrapadas entre la necesidad de adaptarse al comercio electrónico y la disminución de clientes en sus puertas. Las historias de negocios cerrados y vendedores que desaparecen se están convirtiendo en la norma, lo que plantea serias preocupaciones sobre el futuro económico del distrito.
El cambio hacia el comercio electrónico ha sido exponencial en este contexto. A medida que las redadas de ICE continúan desmotivando a los compradores a salir, los minoristas deben enfrentarse a un dilema: adaptarse a la nueva realidad del comercio online o arriesgarse a perder su clientela permanente. Según el economista Mark Mathews, la migración hacia las compras en línea en comunidades asediadas por el miedo es predecible y refleja el deseo de los consumidores de evitar situaciones de riesgo. Con empresas como Walmart viendo un aumento en sus ventas digitales, los pequeños comerciantes ven cómo su relevancia disminuye frente a las grandes cadenas que pueden ofrecer comodidad y seguridad a través de plataformas online.
Los efectos de esta crisis de confianza se extienden a las empresas más grandes. Corporaciones como Heineken y Constellation Brands han reportado una caída en el compromiso de los consumidores hispanos, lo que ilustra cómo el clima político y social está influyendo en la economía de consumo. Las estadísticas de Kantar resaltan que las visitas de los compradores hispanos a los minoristas masivos han caído un 14.7% en comparación con el año anterior, mientras que para los no hispanos la caída fue mucho menor, un 4.5%. Este aumento en la brecha entre los consumidores indica un cambio en la dinámica de compras y deja a la vista el impacto colateral de las políticas de inmigración.
Ante esta situación, los pequeños comerciantes enfrentan no solo la inseguridad de sus negocios, sino también la presión de innovar para sobrevivir. Las propuestas como la creación de vitrinas en línea o «horas de compras seguras» permiten vislumbrar un camino para la recuperación. Sin embargo, esta transformación no será sencilla ni inmediata. Mientras tanto, el caso de Rosa Ludena es un reflejo de cómo el miedo puede transformar no solo los hábitos de compra, sino la esencia misma de la comunidad. Al final del día, cuando ella apaga las luces de su tienda, el vacío de las calles habla del futuro incierto de la economía local y de un cambio radical en la manera en que las personas interactúan con sus negocios comunitarios.
