
José Antonio Kast, el candidato presidencial de la extrema derecha en Chile, ha estado en la mira debido a sus visitas a líderes ultraconservadores de otros países y su interés en replicar sus políticas en Chile. Su estancia en Hungría, donde observó la imponente valla fronteriza construida por Viktor Orbán, y su visita al polémico Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador, bajo el régimen de Nayib Bukele, son indicativos de su intención de adoptar medidas similares en su país. Kast también ha elogiado las políticas económicas restrictivas de figuras como Javier Milei de Argentina y Giorgia Meloni de Italia, quienes han implementado recortes en el gasto social y restricciones a la migración. Este patrón sugiere que, de llegar a La Moneda, Chile podría ver un cambio radical hacia la implementación de un modelo de gobierno alineado con estos regímenes ultraconservadores.
Las acciones y declaraciones de Kast dejan claro que su programa político está inspirado en las experiencias de otros gobiernos de extrema derecha. Este deseo por copiar las estrategias fiscales de reducción del gasto social y los controles sobre el movimiento de personas podría significar un giro hacia un autoritarismo rampante en Chile. La participación de Kast en foros internacionales y su contacto con organizaciones ultraderechistas, como el Foro de Madrid y el Centro de Derechos Fundamentales, sugieren una alineación ideológica que prioriza el neoliberalismo extremo y la represión social, elementos que han generado fuertes protestas y oposiciones en los países cuyos modelos adopta.
La idea de implementar sistemas de control social similares a los de Bukele o a las políticas de migración de Meloni, junto con la posibilidad de eliminar ministerios que proponen avances en derechos reproductivos y de género, abre la puerta a un escenario donde la sociedad civil es cada vez más amenazada. La retórica de Kast y de su partido, que evoca el «pensamiento popular» para eludir una discusión más profunda y crítica sobre derechos humanos y civiles, plantea seriamente la cuestión sobre la transparencia y la responsabilidad de un futuro gobierno a cargo de estos actores políticos. Dicha estrategia podría generar grandes tensiones sociales en Chile, similar a las que ya se observan en otros países donde las políticas ultraconservadoras han desencadenado manifestaciones masivas.
El peligro inminente de políticas represivas se hace evidente cuando se considera la posible construcción de un sistema carcelario que imite el de El Salvador, así como la posibilidad de aceptar migrantes expulsados desde Estados Unidos. Los planteamientos de Kast parecen estar moldeados por el deseo de emular tácticas cada vez más drásticas que han sido rechazadas en otros contextos sociales, lo que cuestiona los fundamentos democráticos de su candidatura. La relación con Israel también suscita inquietudes, ya que su apoyo a políticas de este tipo podría ser un reflejo de un alineamiento más amplio con ocupaciones y violaciones de derechos humanos que han sido parte de críticas a administraciones de derecha en el mundo.
La creciente opacidad en materia de derechos civiles y la ausencia de respuestas claras sobre sus posturas políticas en temas candentes son señales alarmantes ante la posibilidad de que Kast llegue a La Moneda. Así como sus homólogos en otros países han limitado la libertad de prensa, restringido derechos sociales y ejecutado políticas económicas que castigan a los sectores más vulnerables, el temor es que una administración liderada por Kast pudiera seguir un camino similar, desdibujando las fronteras entre medidas de seguridad y derechos humanos. En un contexto internacional donde las políticas de la ultraderecha están en el centro del debate, la elección de Kast podría tener repercusiones no solo a nivel nacional, sino también regional, marcando un hito en la política chilena que no se puede subestimar.