
En Buenos Aires, Andrea Casamento, una mujer viuda de clase media, llevaba una vida tranquila hasta marzo de 2004, cuando una llamada cambió todo. El mayor de sus tres hijos, Juan, recién cumplidos 18 años, había sido detenido por un supuesto robo de cuatro empanadas con un cuchillo. Durante un fin de semana con amigas en las afueras de la ciudad, Andrea salió de la piscina y corrió a la comisaría, convencida de que su hijo había tenido un accidente. “Como en una película”, recuerda 21 años después, junto a un afiche de “La mujer de la fila” que cuelga en su oficina. Juan fue detenido un sábado por la noche junto a su novia; la acusación era por el robo. Días antes, Buenos Aires había vivido una movilización histórica contra la inseguridad tras el secuestro y asesinato de un adolescente. Andrea había estado ahí, con una vela en la mano, pidiendo penas más severas, y advierte: “A veces hay que tener cuidado con lo que uno pide”.
Al día siguiente, Andrea acudió al juzgado para explicar que todo era una equivocación y para exigir la liberación de su hijo. “Yo no quiero marchas en la puerta de mi juzgado”, dijo el juez, y la dejó detenida. Este episodio dio inicio a ocho meses de incertidumbre y a un derrotero que la llevó a la puerta de una prisión casi a diario. Su vida se convirtió en una peregrinación a la cárcel de Ezeiza, donde, cuatro veces por semana, tras hacer la larga fila y desnudarse ante una policía, lograba ver a Juan por corto tiempo. Durante esos meses, la salida de su hijo y el miedo a perderlo fueron acompañados por una voz que llegó a su teléfono: Alejo, primero un contacto que luego se convirtió en un sostén. “Una especie de oasis, el único que lograba sacarme una sonrisa y hacerme vivir con menos pena ese infierno”.
Con el tiempo, Andrea descubrió que, además de defender a su hijo, había encontrado a alguien que le ofrecía otro sostén: Alejo, un hombre condenado por robos reiterados. “Yo no elegí a un hombre preso: yo elegí a Alejo y Alejo estaba preso”, dice Andrea. Tras conversar, la pareja decidió casarse: la ceremonia civil tuvo lugar en diciembre de 2004 y, semanas después, celebraron también por Iglesia en la capilla del penal. “La Iglesia fue lo más significativo”, recuerda, y añade que, incluso, tuvieron que sacar el plástico de la virgen porque nadie la había usado. En medio de las críticas de su familia, la pareja siguió adelante, y la historia de su boda sorprendió a las mujeres de la fila que habían sido su sostén.
En junio de 2005, Andrea dio a luz a Joaquín, un hijo que nació con su padre en la cárcel. Durante los primeros años, Andrea llevó a Joaquín a la visita; Alejo fue trasladado a Tierra del Fuego, a 2.600 kilómetros de Buenos Aires. Un año completo sin poder viajar; Andrea escribió un diario para acompañar a Alejo, enviando abrigo y comida. Joaquín crecía sin decir la palabra “cárcel”, y la psicóloga les sugirió ayudarle a entender: gracias a un cuento de la abogada Claudia Cesaroni, aprendió que ese lugar era una cárcel. En 2008, Andrea y las demás mujeres de la fila fundaron la Asociación Civil de Familiares de Detenidos en Cárceles Federales (ACiFaD). En 2018, participó en charlas TEDxRío de la Plata; Mientras tanto, Alejo acumuló años de prisión y salidas transitorias, y, hace seis años, obtuvo la libertad definitiva. Además, Andrea fue nombrada integrante del Subcomité de Prevención de la Tortura de las Naciones Unidas (SPT) y viajó a cárceles de América Latina y del mundo.
Hoy, la vida de Andrea es una mezcla de familia y activismo. La película “La mujer de la fila” ha dado visibilidad a su historia, con Natalia Oreiro interpretándola en la pantalla. Ella reconoce que la película la hizo vivir una vez más esa experiencia y se emociona: “Cuando veo la pantalla, un escalofrío me recorre y después respiro”. Aunque su familia no haya aceptado por completo a Alejo, la vida de la familia es “hermosa, con los problemas de todas las familias”. ACiFaD se extiende por una decena de países de América Latina, y la historia de Andrea continúa inspirando a quienes pelean por la dignidad de las personas privadas de libertad. Netflix estrenará la película el 31 de octubre, y Andrea continúa contando su vida como un testimonio de resiliencia y de que, incluso en la cárcel, la vida puede nacer y florecer.