
En la actualidad, muchos jóvenes adultos sienten que su generación es la más rechazada de la historia, una idea que fue propuesta por el periodista David Brooks en un artículo del New York Times. Este fenómeno de rechazo se manifiesta en diversas áreas, como la admisión a universidades, el acceso al mercado laboral, las relaciones románticas y la obtención de créditos. Brooks menciona que la creciente competencia ha llevado a los jóvenes a aplicar a múltiples instituciones educativas, a menudo con escasas posibilidades de ser aceptados, lo que incrementa significativamente la sensación de desilusión y exclusión. La ansiedad que esto genera se ve agravada por la inflación de calificaciones en las escuelas, donde los estudiantes obtienen notas más altas sin necesariamente demostrar mejor desempeño, creando una expectativa distorsionada que culmina en una mayor cantidad de rechazos en el futuro.
El sociólogo Peter Turchin, en su reciente obra sobre la sobreproducción de las élites, señala que, aunque el número de graduados aumenta cada año, las oportunidades laborales no crecen al mismo ritmo, lo que genera una saturación en el mercado que contribuye a un aumento en el rechazo profesional. Además, la forma en que las personas se conectan a través de plataformas digitales para buscar pareja ha cambiado, con una tendencia a basar las relaciones en criterios superficiales, lo que también intensifica las decepciones amorosas. Esta combinación de rechazo en las áreas educativa, laboral y romántica presenta un desafío significativo para los jóvenes, quienes deben lidiar con un panorama en el que el éxito parece estar cada vez más fuera de su alcance.
Los efectos del rechazo son profundos y afectan la salud mental y emocional de quienes lo sufren. El psicólogo Roy Baumeister ha investigado estas repercusiones y ha encontrado que el rechazo no solo desencadena angustia emocional inmediata, sino que también promueve cambios de comportamiento que pueden volverse dañinos. Aquellos que experimentan rechazos tienden a volverse más antisociales y agresivos, deteriorando su capacidad de empatizar y de establecer relaciones significativas. Al igual que las lesiones físicas, el dolor emocional tras el rechazo puede llevar a una desensibilización que reduce la empatía y la conexión social, perpetuando un ciclo de aislamiento y agresividad.
Asimismo, es preocupante que los grupos sociales que se sienten sistemáticamente rechazados manifiesten comportamientos de baja colaboración e impacto social, lo que podría amenazar la cohesión de la comunidad. Baumeister sugiere que las consecuencias del rechazo no solo afectan a los individuos, sino que también influyen a nivel societal, promoviendo un ambiente en el que la competencia y la falta de cooperación son la norma. Las dificultades de conexión y la creciente antisocialidad pueden resultar en un empobrecimiento del tejido social, lo que a su vez podría tener consecuencias a largo plazo en la salud pública, ya que los individuos aislados tienden a desarrollar enfermedades tanto mentales como físicas más graves.
Finalmente, aunque el rechazo es un aspecto doloroso pero ineludible de la vida, Baumeister encourage a los jóvenes a perseve y a buscar nuevas oportunidades, ya que muchos de sus efectos pueden ser temporales. Reconocer que el rechazo es parte del proceso de la vida puede ayudar a mitigar su impacto. En este contexto, se hace esencial fomentar una mentalidad resiliente, donde se valore la importancia de las conexiones humanas, la empatía y el apoyo social para contrarrestar las repercusiones destructivas del rechazo. La clave está en ser conscientes de la propia valía y seguir tratando de conectar con otros, a pesar de las dificultades y los rechazos que se puedan encontrar en el camino.
