
Una nueva ola de reconocimientos de Palestina por parte de gobiernos occidentales ha generado un intenso debate entre analistas, diplomáticos y activistas. Países como Reino Unido, Francia, Bélgica, Portugal, Canadá y Australia han reconocido a Palestina de forma simbólica, sin definir fronteras ni exigir compromisos concretos de respeto al derecho internacional. La profesora Biljana Vankovska, de la Universidad Ss. Cyril y Methodius de Skopje, describe estos gestos como intentos de ganar legitimidad ante una ciudadanía cada vez más cansada de ver imágenes diarias de violencia. En foros internacionales, muchos analistas advierten que estas maniobras pueden traducirse en reconocimiento político sin resultados tangibles para la población civil.
Críticos señalan que el reconocimiento no confiere soberanía real ni cambia la situación en el terreno. Las cartas de reconocimiento, dicen, valen menos que el papel en el que están impresas si no van acompañadas de sanciones, condicionamientos y mecanismos de rendición de cuentas para Israel. En Gaza, la ONU advierte una situación de hambruna y una infraestructura devastada, con estimaciones de víctimas que oscilan entre decenas de miles y más de medio millón. En este marco, Washington y otros aliados siguen defendiendo una narrativa favorable a Israel, lo que alimenta la percepción de una doble vara en la aplicación del derecho internacional.
Una cumbre de un día, organizada por Francia y Arabia Saudí, centró la discusión en una solución de dos Estados. Las reacciones fueron mixtas: aplausos de los presentes y, para muchos observadores, una sensación de náusea ante lo que se percibe como un ritual para lavar las manos de las potencias occidentales. El presidente de Francia afirmó que ha llegado el momento de la paz y que nada justifica la guerra en curso en Gaza, pero analistas argumentan que estas palabras no vienen acompañadas de medidas coercitivas para exigir el cumplimiento de la ley internacional. En conjunto, se advierte que encuentros como este buscan sofocar la presión popular sin alterar las dinámicas coloniales que sostienen el conflicto.
Quienes denuncian los reconocimientos señalan que muchos gobiernos buscan distraer de los crímenes al apoyar a Israel con gestos de reconocimiento en lugar de actuar con consecuencias reales. En paralelo, algunas asociaciones deportivas y académicas han discutido medidas como expulsiones o suspensiones de Israel de competencias y afiliaciones internacionales, como respuesta a la política de ocupación; sin embargo, los cambios han sido lentos y fragmentados. En contraste, países como Rusia han aplicado medidas decisivas, mientras que en el caso de Israel el avance ha sido más cauteloso. En definitiva, el reconocimiento de Palestina aparece como parte de una retórica que no se traduce en una condena contundente ni en acciones que protejan a la población civil.
Frente a este panorama, la demanda de acción es inequívoca: intervención humanitaria para proteger al pueblo palestino, sanciones significativas a Israel y a sus líderes, y una revisión de la postura internacional que vaya más allá de palabras y gestos. El texto sostiene que Israel, junto con Estados Unidos, se sitúa en el centro de lo que muchos califican como una política de represión sostenida, y que Palestina merece una solución que respete su autodeterminación y derechos humanos. Los palestinos han luchado por su vida durante décadas, y la historia podría juzgar el silencio de la comunidad internacional. Por ello, se insiste en trazar una línea de acción clara, no en tinta diplomática, sino en hechos que obliguen al cumplimiento de normas y derechos humanos.