
El silencio ensordecedor de los medios de comunicación chilenos ante el despliegue del portaviones nuclear USS Gerald R. Ford en el Caribe no es casual; constituye una decisión editorial cuidadosamente calculada. Los grandes consorcios mediáticos del país, que actúan como voceros del bloque de poder alineado con Estados Unidos, se encuentran atrapados en una hipocresía evidente. Aunque sus opiniones sobre el régimen de Maduro son abrumadoramente negativas, su temor a apoyar públicamente una intervención militar estadounidense en el siglo XXI los lleva a callar. Este dilema de imagen, que claramente ya no les resulta popular, refleja un grave problema moral en la cobertura mediática de los acontecimientos internacionales.
La justificación ofrecida por Washington de que el despliegue naval corresponde a una «operación antinarcóticos» resulta, sencillamente, insultante. La idea de que se requiere la flota más avanzada del mundo para lidiar con lanchas de contrabando es, por decir lo menos, un ejercicio de falta de credibilidad. Este malabarismo verbal revela que la realidad detrás de este movimiento es la antigua diplomacia de la cañonera, donde la fuerza bruta es utilizada para asegurar intereses económicos, principalmente el acceso al petróleo. En este contexto, resulta evidente que la estrategia ha fracasado: las sanciones ilegales impuestas al gobierno venezolano no lograron desmantelar su estructura, dejando en evidencia que la era unipolar de dominación ha llegado a su fin.
Un elemento central en este nuevo panorama geopolítico es la alianza estratégica que Venezuela ha forjado con otros actores internacionales. China, con sus vastos recursos económicos, se ha convertido en un salvavidas para el régimen venezolano, mientras que Rusia proporciona respaldo militar y apoyo diplomático en foros internacionales. Esta transformación en las relaciones de poder ha significado que Caracas ya no esté aislada, sino que se sustenta en un nuevo equilibrio de intereses que desafía abiertamente las pretensiones de Washington. La administración de Gustavo Petro en Colombia también ha jugado un rol crucial al desmantelar las plataformas de hostigamiento regional, facilitando así un entorno que favorece el diálogo y la legitimación del gobierno de Maduro, un giro que sorprende y complica los planes de la Casa Blanca.
El portaviones USS Gerald R. Ford simboliza más que un buque de guerra; es un testimonio tangible de que la Doctrina Monroe enfrenta su crisis más formidable en décadas. Esta situación diagramada por las potencias emergentes revela una lucha por el control y la influencia en el continente. La respuesta de los medios chilenos a esta realidad ha sido un silencio ensordecedor, que oculta las tensiones que están redefiniendo el poder en América Latina. En lugar de abordar este cambio paradigmático en la geopolítica regional, resuelven adoptar una postura de omisión, que solo perpetúa la narrativa tradicional de poder que ya no se sostiene en el mundo actual.
La ausencia de una discusión abierta en la prensa chilena muestra cómo los medios prefieren mantener su cómoda inacción ante una nueva realidad que desafía su alineación histórica. En lugar de criticar la ofensiva estadounidense, que sería un acto de validez para muchas voces, optan por un silencio que podría considerarse cómplice. Este fenómeno pone de relieve el intento de invisibilizar la arrogancia imperial de su aliado principal y demuestra cómo la presión internacional se traduce en un silencio editorial que carece de fundamento ético. En resumen, esta cobardía informativa no es solo un descuido; es una estrategia deliberada que busca moldear la opinión pública mientras se evaden las difíciles preguntas sobre la naturaleza y el futuro de un continente que, por fin, parece resistir la dominación unipolar.
