La impactante historia de Jordy Cernik, un británico que tuvo que enfrentarse a una vida sin la sensación de miedo, arroja luz sobre los efectos de la extirpación de las glándulas suprarrenales. A raíz de un tratamiento para controlar su ansiedad provocada por el síndrome de Cushing, Jordy se encontró en un estado insólito: era incapaz de sentir adrenalina ni latidos acelerados, incluso durante actividades extremas como el paracaidismo o las montañas rusas. Su experiencia nos lleva a cuestionar la naturaleza del miedo y nuestras reacciones fisiológicas ante situaciones que comúnmente suscitan pánico.

Cernik no es un caso aislado. La medicina ha documentado situaciones similares en personas con enfermedades raras como la condición de Urbach-Wiethe, un trastorno que puede destruir la amígdala, la parte del cerebro asociada con el procesamiento del miedo. Este trastorno ha sido objeto de estudio desde la década de 1980, cuando la paciente SM comenzó a ser investigada por su notable falta de temor. A pesar de enfrentar amenazas reales, SM mostró una curiosidad incesante, acercándose a serpientes y arañas que provocarían terror en la mayoría de las personas. Su comportamiento invita a explorar cómo se gestiona el miedo a nivel neuronal.

El interés de los científicos por entender el miedo y su procesamiento cerebral se ha intensificado a través de estudios como el de SM. Justin Feinstein, neuropsicólogo clínico, ha buscado desentrañar el misterio detrás de la amígdala y su papel en las respuestas emocionales. La investigación sugiere que la amígdala es crucial para el condicionamiento del miedo frente a estímulos externos, como una amenaza inmediata, mientras que el pánico desencadenado por amenazas internas, como el aumento de dióxido de carbono, se gestiona a través del tronco encefálico. Esto plantea preguntas importantes sobre las distintas formas en las que el cerebro percibe y reacciona ante el miedo.

A pesar de ser extremadamente sociable, SM tiene dificultades para reconocer las señales de peligro, lo que ha llevado a situaciones arriesgadas en su vida. Los estudios han demostrado que su caso ilustra cómo la ausencia de una amígdala puede influir en nuestra interacción social y percepción del entorno. Este fenómeno no solo afecta la reacción a los peligros, sino que también sugiere que la amígdala desempeña un papel en la regulación de nuestras relaciones interpersonales. La desconexión con el miedo podría, por ende, modificar radicalmente el comportamiento y la manera en que uno navega por la vida.

Finalmente, la historia de SM y otros casos como el de Jordy Cernik invitan a una profunda reflexión sobre la función evolutiva del miedo. Aunque este sentimiento ha sido vital para la supervivencia a lo largo de la historia, el mundo moderno plantea un escenario diferente donde las amenazas son menos evidentes. Feinstein argumenta que la emoción del miedo, en la vida contemporánea, podría resultar más perjudicial que beneficiosa, lo que abre un debate sobre la necesidad de reevaluar nuestra relación con las emociones y cómo manejamos el estrés y la ansiedad en un entorno cada vez más complejo.