
En un contexto marcado por tensiones políticas y sociales, el discurso de José Antonio Kast y su sector abre una discusión fundamental en la sociedad chilena: la percepción sobre el trabajo público y el tamaño del Estado. Esta no solo se limita a un debate programático, sino que se ha convertido en una estrategia cultural que busca deslegitimar a quienes se dedican a servir al Estado, al mismo tiempo que introduce la noción de que la eficiencia del sector privado debe ser considerada como una virtud cívica. Este enfoque plantea un desafío considerable al tejido social, ya que intenta transformar la visión del Estado de un ente que garantiza derechos a uno que es percibido como un costo innecesario.
Eric Campos, Secretario General de la Central Unitaria de Trabajadores y Trabajadoras de Chile (CUT), advierte que la respuesta del sindicalismo chileno no puede recaer en tecnicismos o en argumentos administrativos. La lucha que se avecina es una lucha de valores, que va más allá de simples estadísticas o informes de gestión. Se trata de reconocer que detrás de cada servicio estatal hay personas que desempeñan roles esenciales, como enfermeras, profesores y trabajadores sociales, quienes son los verdaderos pilares que sostienen la justicia social y la dignidad del trabajo en el país.
La retórica de Kast, que incluye expresiones como «Parásitos» y su manifiesto deseo de ser más «duro» con el sector público, no es un hecho aislado, sino parte de una secuencia mediática y política diseñada para debilitar la confianza en el Estado. Este ataque busca erosionar la legitimidad de los funcionarios públicos y de las instituciones que forman parte del mismo, instalando en la sociedad una desconfianza sistemática hacia aquello que se considera público. Así, lo que está en juego no son simplemente cifras o argumentos técnicos, sino el sentido mismo de la comunidad y del compromiso social que representa el trabajo en el Estado.
La nueva táctica del sindicalismo debe ser enfática y proactiva, transformándose en un actor sociopolítico que tenga la capacidad de articular un mensaje claro al conjunto de la ciudadanía. Campos sostiene que en vez de refugiarse en una defensa puramente corporativa o técnica, el sindicalismo debe reivindicar el trabajo público como una forma de compromiso hacia la sociedad chilena. En este sentido, los trabajadores del Estado no son un peso, sino la manifestación de una aspiración colectiva hacia la igualdad y la justicia social.
El verdadero desafío radica en no permitir que las narrativas de la derecha impongan una nueva moral sobre el trabajo. La batalla contra la deslegitimación de lo público debe ser enfrentada con claridad, pues se trata de ganar la conciencia colectiva, más allá de los resultados electorales. La disputa cultural y del sentido común es crucial; y en esta lucha, el sindicalismo chileno tiene la responsabilidad de ser un faro de esperanza y reivindicación, recordando a la sociedad que lo público es esencial para lograr una vida digna y equitativa para todos.
