
En el vasto mundo de las relaciones humanas, es común escuchar la frase popular: “el que no oye consejo, no llega a viejo”. Esta advertencia, repetida con cariño por abuelos, amigos y conocidos, resalta la importancia de escuchar a quienes tienen experiencia y conocimiento. Sin embargo, en esta era de abundante información y conexiones rápidas, se vuelve esencial discernir entre los consejos que realmente valen la pena y aquellos que son meramente opiniones infundadas. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones donde un consejo no solicitado se siente más impertinente que útil?
La tendencia de ofrecer consejos surge de diversas motivaciones. Algunos buscan parecer sabios, mientras que otros lo hacen con la intención genuina de ayudar, aunque su apoyo no siempre sea lo que se necesita. Una situación común es cuando alguien, sin estar invitado, se atreve a decir: “escúchame, que te voy a decir lo que tienes que hacer…” Esta imposición verbal muchas veces termina generando frustración, pues el consejo se siente como una interferencia más que un apoyo, creando la pregunta retórica: «¿Quién te dio vela en este entierro?».
No todos los consejos son igualmente valiosos. Es fundamental tener en cuenta de quién provienen. Por ejemplo, es poco recomendable recibir orientación de personas que no han podido resolver sus propios problemas. Su incapacidad para manejar su propia vida les resta credibilidad al momento de ofrecer consejos a otros. Igualmente, las opiniones de quienes no han vivido experiencias similares a las nuestras deben ser tomadas con cautela: ¿qué podría saber alguien sin esposas sobre las dificultades de un matrimonio? Este tipo de consejos pueden generar más confusión que claridad.
El contexto es otro factor crucial a considerar al recibir recomendaciones. Aquella persona que pueda beneficiarse de la decisión que tomes definitivamente no debería tener voz en el proceso. Imagina pedirle a un amigo con intereses románticos que te aconseje sobre dejar a tu actual pareja; lo más probable es que su consejo esté movido por sus propias inclinaciones. Así, es vital estar alerta y recordar que, a la hora de tomar decisiones cruciales, somos nosotros quienes debemos asumir la responsabilidad de sus consecuencias.
Por último, si bien es útil escuchar a quienes aportan su sabiduría, es fundamental priorizar siempre las voces de aquellos que nos aman y entienden. Quienes se preocupan por nuestro bienestar pueden ofrecer insights valiosos basados en el cariño y el respeto. En esta balanza de consejos, el amor debe ser la guía que nos lleve a decisiones informadas y plenificadas, recordando que, en última instancia, ¡somos nosotros quienes vivimos con las decisiones que tomamos!