La situación de la educación en Chile atraviesa una crisis alarmante que ha permanecido al margen del debate presidencial. Sin distinción, no solo afecta a la escuela pública, sino que revela un problema más profundo y sistémico, deteriorando el sentido que tiene la educación dentro de la sociedad chilena. Las voces críticas se han alzado para señalar que ni siquiera las reformas recientes han logrado resolver el profundo vacío de propósito al que se enfrenta el sistema educativo. Así lo expone Hernán González, un educador de Valparaíso, quien destaca que el rol de la institución escolar ha perdido relevancia, lo que se traduce en una creciente desconfianza hacia la función educativa.

En este contexto, con la cercanía de las elecciones, ha emergido un debate sobre la deserción de nuevos docentes y las dificultades para ingresar a la carrera pedagógica. Aunque este tema parece marginal en comparación con otras problemáticas, refleja una crisis latente que podría estallar de forma impredecible en el futuro cercano. Resulta curioso observar que la educación ha perdido protagonismo en el debate programático de los últimos años, a diferencia de lo que sucedía hace una década. Esto genera una sensación de que todo está resuelto, cuando en realidad las reformas implementadas han desviado la atención hacia problemas menos tangibles.

La Ley de Garantías Educacionales (LGE) introdujo cambios significativos en el sistema escolar chileno, incluyendo un nuevo marco regulatorio y el establecimiento de derechos para las comunidades educativas. Sin embargo, el impacto de dicha ley ha sido insuficiente para abordar las realidades de desigualdad y fragmentación que caracterizan a la educación pública. Problemas que, lejos de disminuir, se han profundizado, creando un entorno de mala calidad que afecta tanto la experiencia educativa de estudiantes como la labor de los docentes.

A pesar de la normalización de situaciones como la deserción de jóvenes docentes, esta crisis se invisibiliza, operando bajo un manto de fenómenos aleatorios. La desproporción entre el acceso a la educación y la calidad de la misma son síntomas claros de la pérdida de sentido de un sistema que parece cumplir más con un deber formal que con un propósito educativo coherente. No es solo que estudiar y enseñar carezca de finalidad, sino que estos actos se han reducido a cumplir con exigencias laborales y académicas, sin un reconocimiento del valor que tienen en la construcción de una sociedad más equitativa.

La introducción de tecnologías de comunicación y, más recientemente, la inteligencia artificial han exacerbado esta crisis de sentido, que por años ha estado en el trasfondo del sistema educativo chileno. Actualmente, el financiamiento escolar no garantiza una aspiración común, sino que se convierte en un mero mecanismo formal que mide capacidades sin fomentar un verdadero intercambio cultural ni una reflexión profunda sobre el aprendizaje. La educación se ha convertido en un sistema fraccionado, donde las unidades de conocimiento son solo datos que se cuantifican sin permitir un diálogo genuino sobre su relevancia para el futuro de la sociedad. El desafío que enfrenta la educación en Chile es mucho más que una cuestión administrativa; es una reivindicación de su rol esencial en el desarrollo social.