La tragedia ocurrida el pasado jueves 10 de abril, que cobró la vida de un menor y una joven a las afueras del estadio Monumental de Colo-Colo, ha sido catalogada como la gota que colmó el vaso en un país donde la violencia en el fútbol ya ha alcanzado límites alarmantes. Este lamentable suceso subraya la necesidad urgente de que las autoridades implementen medidas eficaces y decididas para confrontar el fenómeno de la violencia en los estadios. La muerte de dos jóvenes, en pleno centenario de un club emblemático, ha encendido las alarmas y ha generado un clamor generalizado por un cambio real en la gestión del deporte y sus aficiones, que actualmente están al borde del colapso por culpa de la inseguridad.

Desde hace años, el fútbol chileno se ha visto impregnado por una ola de violencia que ha transformado la experiencia de ir al estadio, dejando de ser un evento familiar para convertirse en un riesgo latente. Expertos señalan que esta problemática tiene raíces profundas en factores sociológicos y culturales que han emergido a lo largo de los años. La última investigación de la Fiscalía ha puesto de manifiesto cómo el Plan Estadio Seguro, implementado en 2011, ha fracasado rotundamente en su misión de erradicar la violencia. En este contexto, muchos cuestionan si las medidas adoptadas son realmente suficientes o efectivas, y si el modelo de gestión actual debe ser repensado en beneficio de los aficionados y del deporte mismo.

El modelo de Sociedades Anónimas Deportivas, implementado en Chile, ha sido señalado como uno de los principales culpables de la corrupción y de las malas prácticas en la administración de los clubes de fútbol. Lo que prometía ser un camino hacia una gestión más profesional y transparente ha resultado en un ambiente opaco, donde los verdaderos propietarios de los clubes son casi imposibles de identificar. La búsqueda de lucro ha dejado a un lado los valores deportivos y ha contribuido a un incremento preocupante en el crimen y la corrupción dentro del sector, lo que, sumado al elevado endeudamiento de los clubes, crea un panorama oscuro para el futuro del fútbol chileno.

Además, la relación entre los clubes y las llamadas ‘barras bravas’ ha alimentado un ciclo de violencia y complicidad que afecta tanto a la seguridad dentro de los estadios como a la percepción del deporte en general. Estos grupos organizados, que deberían ser simples aficionados, se han convertido en actores clave en un entramado de corrupción donde se manejan entradas y financiamiento, mientras que el narcotráfico y el crimen organizado siguen infiltrándose sin que existan medidas efectivas para contrarrestarlo. La falta de regulación y la impunidad han permitido que las acciones ilícitas prosperen, deteriorando aún más la imagen del fútbol en el país.

El fenómeno de las apuestas ilegales ha añadido una nueva dimensión a esta crisis, involucrando a jugadores, comentaristas y clubes en una esfera donde la ética resulta amenazada. Aunque el deporte ha brillado a nivel internacional, con jugadores que destacan en el ámbito mundial, el afán por capitalizar estos éxitos ha llevado a prácticas que atentan contra la integridad del fútbol. Resulta evidente que la etapa de ‘barrer bajo la alfombra’ ya no es una opción viable. Es imperativo que se tomen acciones concretas y se establezca un marco legal robusto que permita revivir el espíritu del deporte, garantizando finalmente estadios seguros y una experiencia futbolística que sea motivo de orgullo y no de temor.