En el contexto político actual, el profesor Hernán González de Valparaíso nos recuerda que la lucha contra el fascismo no se trata de meros intercambios ideológicos en un marco de amistad cívica. Por el contrario, se erige como la batalla principal por la hegemonía cultural en una sociedad que busca dignidad y justicia. González destaca que sectores políticos que se dicen progresistas coinciden en el peligro inminente que representa el ascenso de figuras como Javier Milei y Jair Bolsonaro, que, lejos de ser categorizados como simples radicales, deben ser vistos como manifestaciones del fascismo que amenaza las bases mismas de la democracia y los derechos humanos en Latinoamérica.

La irrupción del fascismo ha aportado una nueva dinámica a la derecha tradicional, que se encuentra atrapada entre la nostalgia de un pasado democrático y la adaptación a un presente donde la tolerancia hacia posturas radicales se ha vuelto común. González apunta que este cambio ha generado tensiones internas en coaliciones como Chile Vamos, que oscilan entre agresivas posturas políticas y una crítica silenciosa de sus propios dogmas. Esta confusión se ve alimentada por la influencia de líderes populistas como Donald Trump, cuyas políticas han remarcado una agenda que rechaza principios democráticos fundamentales, dejando a sus seguidores sin una narrativa clara más allá del miedo y el odio hacia los más desfavorecidos.

El profesor enfatiza que el fascismo no es un fenómeno externo que amenaza la democracia, sino una consecuencia directa del neoliberalismo, que ha minado las bases sociales y económicas de una nación justa. Este neoliberalismo, que se instauró hace décadas, propició una cultura de desregulación y privatización, dejando a los sectores más vulnerables de la sociedad completamente desprotegidos. Las promesas de una ‘mano invisible’ que regule el mercado han demostrado ser falaces, dando paso a un vacío moral que la derecha actual lucha por llenar con un retroceso en los derechos humanos, especialmente hacia grupos ya marginados como migrantes y comunidades indígenas.

Para contrarrestar este auge fascista, González llama a la ciudadanía a organizarse y movilizarse. Sostiene que solamente un movimiento social y sindical activo puede visibilizar las contradicciones y debilidades de la derecha, y ofrecer una alternativa sólida que respete los derechos de todos. No se trata de plantear un discurso moralmente neutro, sino de definir claramente una oposición efectiva y bien articulada contra las políticas que perpetúan la desigualdad y afectan a las clases trabajadoras. Es vital que los partidos democráticos y los movimientos sociales tomen una posición clara y coherente para hacer frente a este embate fascista que amenaza el tejido social.

Finalmente, González concluye su análisis resaltando la urgencia de este momento histórico. La lucha contra el fascismo no es una tarea ajena, sino un imperativo para todos aquellos que se identifican con el progreso social. Ignorar esta lucha podría significar el fin de referentes progresistas que han trabajado por la justicia y la igualdad. Al contrario, adoptar un compromiso firme hacia esta causa puede ser la clave para reconstruir un movimiento popular en el siglo XXI que aspire a abrir ‘grandes alamedas’ en la sociedad chilena, forjando un futuro donde los valores de dignidad, libertad y respeto a los derechos humanos sean la norma.